sábado, 9 de septiembre de 2017

El verano...

Siempre me ha encantado el verano. Los días son más largos. Dejamos atrás las chaquetas, lucimos los pies semidescalzos, los que cogemos colorcito lucimos más morenos y hace tan buen tiempo…
La gente protestamos siempre, cuando hace calor no oímos más que lamentos por la temperatura tan alta cuando en invierno no parábamos de esperar que pasara el frío y la humedad que nos helaba los huesos. Yo prefiero sudar que tiritar.
Mis veranos, desde que soy madre de me hacen largos. Recuerdo que de niña también deseaba volver al cole y ver a mis amigos, hasta los quince años, de ahí a los 25 más o menos me hubiera gustado que los veranos, o al menos las vacaciones estivales, durasen cuatro meses, que siempre me quedaban planes por hacer, campamento de scouts, Aguamarga, Estepar, algún viajillo de amigos, Puerto de Sagunto, estudiar para alguna asignatura que me hubiera quedado… corto, siempre era corto…
Ahora como madre no es que se me haga largo, se me hace pesado. Suena mal, suena a mala madre, a que no aguanto a mis hijas, no es cierto, las quiero más que a mi vida, pero llega un momento de las vacaciones que se pelean por todo, que están aburridas, que quieren las dos mi atención y luchan por mí para ellas solas, que la una no quiere la presencia de la otra, pero viven bajo el mismo techo y a mi me enervan.
Hemos pasado un verano envidiable pese a que ha estado lleno de contratiempos, empezamos las vacaciones yendo a Benidorm y el hotel al que fuimos Cero en adaptación, menos mal que nuestros amigos y nosotros nos tomamos la vida con humos y como no hubo solución, estaba todo lleno y no pudieron reubicarnos, nos apañamos como pudimos, pero de traca, la salud de mi padre se empeñó en hacernos pasar la mayor parte de julio en el hospital con su páncreas y su vesícula, todo solucionado y operado. En los huecos que pudimos no faltamos a la playa y la piscina, fuimos a Gandía con la abuela Pili y la tía Pili, menudo ambientazo, me encantó.
Intervinieron a Francina de su cateterismo, no fue como esperábamos pero su salud está bien que al final es lo que importa y encima esos días vinieron los primos de Burgos y las niñas disfrutaron muchísimo, y nosotros también. Quizá Guillermo se fue con jaqueca de las collejas de Francina, pero en el fondo sabe que son con mucho amor.
Agosto siguió con el cambio del marcapasos de papá y ya se ha quedado como un chaval, la risa vino cuando tuve que coger su coche, desde que me he comprado el coche automático me he convertido en una inútil, no sé conducir, pero anda que no se lo pasaron bien conmigo, que cuando lo fui a recoger a la Quirón a Valencia y se me calaba su coche en cada semáforo se partían de risa, bueno, yo también, que no hay nada mejor que reírse de uno mismo.
Luego bueno el viaje a Burgos, para mí de lo mejor del verano, una casa rural, El molino, un lugar entrañable donde se rodaron algunas escenas de la película “The Way”, antiguamente era de mi bisabuelo, los que lo compraron, lo reformaron y lo han convertido en un lugar lleno de paz y con una magia que cura cualquier tipo de estrés, y así pasó, llegamos allí y desconectamos del mundo. Al lado de Estepar, viendo a los amigos y familia a diario, pero volviendo a la paz cada día.
Las niñas, en el molino, podían correr por el campo, entre la arboleda, entre los animales, Francina persiguiendo a los patos y yo sentada tranquilamente (que los patos no lloran ni vienen a chivarse de que les pegan), pasamos ratos de tranquilidad, de risas, de conversación, de amigos, de familia y de ansiedad, si, también de ansiedad, el peor momento del verano pasó allí en las vacaciones… Francina se puso de repente con fiebre y con la fiebre le vino una crisis epiléptica. Le duró cerca de 40 minutos desde que nos dimos cuenta, estaba en la siesta cuando le dio. Tuvimos que llamar al 112 y fue un momento muy duro.
La crisis le robó la sonrisa durante tres días, mucho para Francina que siempre se está riendo, me quedé muy preocupada, esos tres días no hablaba, parecía haber retrocedido, pero no, se ha recuperado. Los demás no, los demás seguimos con el susto. Itziar desde entonces está nerviosa y enfadada con el mundo, me discute todo y se peleaban más con su hermana, dice que está triste porque Francina está enferma.
Desde el día de la crisis todos en casa estamos más nerviosos, más inaguantables, se nota el ambiente tenso y con necesidad de recuperar energía. Por eso, este fin de semana, justo antes de empezar el colegio, hemos apuntado a Francina a un respiro familiar con su asociación de Valencia. Lo hemos hecho sobre todo por Itziar, que ya no soportaba ni que se le acercara por las mañanas de la tensión acumulada, pero esta vez ha sido la que más me ha costado soltarla, parece que cuando les ha pasado algo importante te crees que sólo están a salvo bajo tu mirada, como si los demás no fueran a saber verla si le pasa, o si fueras a saber llegar, o aún peor… ese sentimiento de culpabilidad que te corroe, culpable de necesitar este descanso, de necesitar un tiempo con Itziar, de necesitar sentarme a hablar con las amigas sin tener que perseguir a Francina para que no pegue a los niños, de comer sin su mano en mi plato, de mancharme yo sola sin su ayuda, de mil cosas más… pero no la dejaba desde febrero en un respiro porque ha estado flojita de salud y ayer cuando la dejé lloró, me rompió el corazón, me hizo sentir peor madre de lo que ya me sentía y a pesar de que sé que lo necesitábamos todos en casa, me da pena pensar si ella también lo necesitaba o no.
Por eso, aunque me guste el verano, situaciones como la de estos últimos quince días y en concreto este fin de semana, a veces me hacer amar el otoño, o al menos, la vuelta al cole.

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